Dado la extensa de la historia tibetana, que se remonta a 2000 años atrás, en este sitio brindaremos una información somera desde la invasión china de 1950 hasta nuestros días.
Tras la guerra civil china en la que los nacionalistas de Chian Kai-shek fueron derrotados por los comunistas de Mao Tse-tung, el 1º de octubre de 1949 se proclamó la República Popular de China. Ya antes de esa fecha había habido noticias en Lhasa de que los chinos habían traspasado la frontera, pero los lamas que dirigían el Tíbet seguían pensando que por el hecho de ser su país un comprometido defensor del dharma y hogar de altos lamas, se encontraba protegido y no había que temer ningún peligro. El peligro que no había que temer lanzó una invasión en gran escala sobre el Tíbet en octubre de 1950. Según los dirigentes comunistas chinos, la invasión era una “liberación pacífica” del atraso, el feudalismo, la esclavitud y el servilismo en el que se encontraban los tibetanos y también de las fuerzas imperialistas que querían dominar al Tíbet aunque, según las informaciones tibetanas, en Lhasa los extranjeros no superaban la decena.
El Ejército Popular de Liberación prontamente arrasó al débil ejército tibetano que se le opuso y marchó hacia Lhasa.
El XIV Dalai Lama tenía entonces 15 años y estaba a tres de llegar a la mayoría de edad oportunidad en la cual sumaría al liderazgo religioso, la conducción política del Tíbet. Sin embargo, ante el crucial y dramático momento que atravesaba su país, el Regente, el pueblo tibetano e incluso el oráculo de Nechung, oráculo oficial del Estado, demandaron que tomara de inmediato el control político del Tíbet. El 17 de noviembre de 1950, Tenzin Gyatso, con tan solo 15 años, se convirtió en el líder político de su pueblo. Luego de ello, las opiniones de los asistentes y asesores más cercanos al joven gobernante se dividieron entre quienes creían que debía salir de Lhasa y viajar al sur hacia la frontera con India, y quienes lo instaban a permanecer en la capital; finalmente el criterio del traslado prosperó y el Dalai Lama se trasladó a Yatung, en el sur del Tíbet. Al mismo tiempo se hizo una petición a la Asamblea General de las Naciones Unidas –organización a la que el Tíbet no pertenecía– para que tomara cartas en el asunto. El único país que intentó hacer prosperar la petición fue El Salvador. Un pasaje del extenso telegrama enviado por el Kashag a la Asamblea de la ONU decía:
(…) Desde que el pueblo del Tíbet ha sido obligado por la fuerza a formar parte de China contra su voluntad y consentimiento, la actual invasión del Tíbet será la más grosera instancia de violación del débil por el fuerte (…) (Shakabpa, op.cit).
Y luego apelaba a que las naciones del mundo intercedieran a favor de los tibetanos para moderar la agresión china.
Resulta difícil suponer en la actualidad que diplomáticos inteligentes y avezados, fueran incapaces de advertir, en aquellos días, la entidad de la agresión que se estaba cometiendo contra el pueblo tibetano. Su inacción, en cambio, puede encontrar explicación en una sólida cadena de intereses a los que ninguno de los países más influyentes del momento estaba dispuesto a renunciar. Por distintas razones, a las potencias no les convenía defender al Tíbet y enfrentarse con China. Solo el pequeño país centroamericano, a través de su delegación, trató con ahínco de hacer en-tender no solo la injusticia que conllevaba la agresión en sí misma, sino el peligroso antecedente que significaba la falta de resolución del cuerpo en un tema de tal magnitud. Pero nadie se sumó a El Salvador y la petición fue archivada.
Ante la inacción de las Naciones Unidas y la expresa falta de apoyo de Inglaterra y Estados Unidos, así como la tibia reacción de la India, el gobierno tibetano no tuvo otra salida que enviar una delegación a Beijing para negociar con el gobierno comunista.
El resultado de las negociaciones fue el llamado Acuerdo de los 17 Puntos para la Pacífica Liberación del Tíbet, firmado en mayo de 1951. Sobre dicho acuerdo, el XIV Dalai Lama cuenta en su autobiografía cómo una noche mientras escuchaba Radio Pekín en soledad, se enteró de que se había firmado el acuerdo entre: “… los representantes del Gobierno de la República Popular de China y lo que ellos llamaron el gobierno local de Tíbet”. Lo más alarmante para el líder tibetano fue que los representantes no habían sido facultados para firmar nada porque los sellos de Estado
habían permanecido con él, en el sur de India, donde se encontraba.
El Dalai Lama retornó a Lhasa. En octubre de 1951, las fuerzas chinas entraron en la capital tibetana. La alimentación de los miles de soldados enviados comenzó a transformarse en un grave problema; en un principio China pagaba lo que consumían pero pronto la práctica fue cambiando y como el consumo era excesivo para la capacidad de producción tibetana, por primera vez en su historia el Tíbet se vio enfrentado a una crisis alimentaria que desem-bocó en hambrunas en la población civil y en las tropas de ocupación.
En 1952, el Dalai Lama intentó comenzar con un proceso de reformas que instalara una mayor equidad dentro de la sociedad tibetana. A los ojos del joven líder, las reformas en el área judicial, en la educación y en las vías de comunicación (hasta entonces casi inexistentes) se hacían impostergables. Él era consciente de que la puesta en práctica de algunas de las reformas no sería inmediata pero, por otro lado, sabía que ciertas
medidas podían ser de inmediato beneficio para la población. Una de esas medidas fue la abolición de la deuda hereditaria, que significaba que las deudas contraídas por los campesinos con los propietarios de las tierras, pasaban de generación en generación.
En 1954, respondiendo a una invitación del gobierno chino, el Dalai Lama y el Panchen Lama, junto con miembros y asesores del gobierno, accedieron a visitar Beijing. Durante el largo viaje desde Lhasa, el Dalai Lama advirtió que la presencia china se hacía más fuerte a medida que se alejaba de la capital tibetana. Parlantes irradiando música militar china y propaganda sobre los beneficios del régimen comunista, así como banderas rojas que los propios tibetanos debían flamear a su paso, fueron la constante en los distintos pueblos por los que atravesó la comitiva.
Una vez en Beijing, fueron recibidos por el Primer Ministro chino, Chou En-lai. Luego de varias reuniones preliminares, comenzaron a realizarse las entrevistas privadas entre el líder tibetano y el presidente Mao. En la primera de ellas el Gran Timonel le expresó al Dalai Lama que consideraba que tal vez era muy pronto para implementar todas las cláusulas del Acuerdo de los 17 Puntos, agregando que debería
ir implementándose en los tiempos que se considerasen adecuados por parte de los tibetanos.
En otra de las reuniones, el Dalai Lama cuenta que Mao le dijo:
Tíbet es un gran país. Ustedes tienen una historia maravillosa. Mucho tiempo atrás incluso conquistaron buena parte de China. Pero ahora ustedes han quedado atrás y nosotros queremos ayudarlos. En veinte años ustedes podrán estar adelante nuestro y entonces será su turno de ayudar a China (Dalai Lama, 1990)
La convicción con la que el presidente chino se dirigió al líder tibetano, convenció a este de las buenas posibilidades que le podría brindar al Tíbet una asociación con China. A medida que el Dalai Lama conocía sobre el marxismo, se sentía más atraído por él, como sistema basado en la equidad y la justicia, aunque “desde un punto de vista teórico, su única desventaja hasta lo que yo podía ver era su insistencia en una visión
puramente materialista de la existencia humana”, explica en su biografía.
Durante su estadía en la capital china, el Dalai Lama fue nombrado vicepresidente del Comité Directivo de la República Popular de China, en ocasión de la Primera Asamblea del Partido Comunista. Según el líder tibe-tano, no fue más que un nombramiento nominal, carente de peso y poder.
El Dalai Lama permaneció en Beijing hasta junio de 1955. Durante ese lapso, las reuniones que mantuvo con Mao llegaron a quince. Además de los encuentros con el presidente chino, el Dalai Lama tuvo oportunidad de visitar aldeas y pueblos donde el crecimiento fabril hablaba del impulso que la actividad industrial estaba teniendo en China en esos mo-mentos. La comparación con la realidad del Tíbet en ese aspecto era tan inevitable como desventajosa.
Con la sentencia de Mao “la religión es veneno”, se cerraron las reuniones entre ambos líderes y el Dalai Lama regresó a casa con una sensación ambigua sobre lo que el presidente chino y su revolución marxista significaban realmente. Las palabras de Mao en el último encuentro lo llenaron de asombro y confusión dado que resultaba palmario para el joven líder que el presidente chino había sido informado de cada uno de sus movimientos durante su estancia en la capital china, entre los cuales, los únicos constantes eran sus prácticas religiosas diarias, sus largas horas de meditación y oración.
El optimismo con el que el Dalai Lama regresó a su país, basado en la esperanza de que una nueva relación con China podría llevar al Tíbet a un franco progreso, se desvaneció de inmediato. Las provincias tibetanas del este, Amdo y Kham, habían sido incorporadas a las cuatro provincias chinas de Yunnan, Qinghai, Gansu y Sichuan, y al haber pasado a formar parte del territorio chino, comenzaron a implementarse las reformas socialistas. Intentos de colectivización, asentamiento de los nómades, dismi-nución de las facultades e influencias de los monasterios, entre otras medidas, comenzaron a acrecentar en buena medida el disgusto de la población tibetana, lo que se tradujo en acciones cada vez más violentas por parte de unos y otros. Los luchadores por la libertad, conocidos como los Khampa-andowas, se opusieron con fiereza a las tropas chinas, mejor organizadas y equipadas, además de superiores en número. Cada asalto perpetrado por los guerrilleros era cruentamente respondido por las fuerzas invasoras, las que solían tomar represalias incluso contra la población civil que no había intervenido en los enfrentamientos.
La CIA comenzó a enviar pequeños grupos de paracaidistas que se lanzaron sobre Tíbet para apoyar a los guerrilleros rebeldes. Según el Dalai Lama, el apoyo que su país recibió de Estados Unidos en los ’50 y los ’60, fue “un reflejo de sus políticas anticomunistas más que un apoyo genuino a la restauración de la independencia tibetana”. (Dalai Lama, 1990).
En los primeros días del mes de marzo de 1959, un general chino invitó al líder tibetano a presenciar en sus barracas, un espectáculo de danza representado por artistas chinos, e hizo especial hincapié en que fuera al espectáculo sin sus guardias. Esto llamó poderosamente la atención del Dalai Lama y sus asesores, quienes le recomendaron que no asistiera. El rumor de la sospechosa invitación se expandió por toda la ciudad, y el
temor a que su líder fuera secuestrado o muerto llevó a miles de tibetanos a congregarse fuera del palacio Norbulingka, para impedirle que asistiera. Era el 10 de marzo de 1959, fecha que con los años se ha convertido en el Día Nacional del Levantamiento Tibetano, conmemorada por el exilio tibetano que vive en libertad en diferentes partes del mundo, y dentro de lo que les es posible, también por los tibetanos dentro de Tíbet.
Mientras el palacio era rodeado por treinta mil tibetanos que, además de impedir la salida de su líder, clamaban por la independencia de su país y manifestaban contra la fuerza invasora, los chinos reclamaban que el Dalai Lama dispersase a los manifestantes bajo amenaza de emprender acción directa contra ellos. Asesores y familiares del Dalai Lama aconsejaban que intentase la huida a la India. Él consultó tres veces con el oráculo de Nechung. Las dos primeras, el oráculo le indicó que debía permanecer en Lhasa. Luwangkha, el ex Primer Ministro que había debido renunciar por las presiones de los chinos, y partidario de que abandonase Lhasa cuanto antes, sentenció: “Cuando los hombres están desesperados recurren a los dioses, cuando los dioses están desesperados, mienten”. (Dalai Lama, 1990)
La huida del Dalai Lama a la India – el exilio
El 17 de marzo el oráculo respondió con contundencia a la tercera con-sulta: “Vete, vete, esta noche”. Además, indicó sobre un papel la ruta que debía seguir en su escape. Poco después, dos cargas de artillería cayeron cerca del lugar que el Dalai Lama ocupaba en el Norbulingka, como para reforzar lo indicado por el oráculo. Cuando el Dalai Lama presentó el papel a sus asesores, estos dijeron que el oráculo había cometido un error, porque la ruta indicada pasaba muy cerca de un campamento chino. A las pocas horas, el campamento chino se movilizó, dejando expedito el camino aconsejado por Nechung.
De noche, disfrazado de guardia y sin sus lentes, salió del Norbulingka sin que la multitud lo reconociera; lo acompañaban algunos de sus asistentes y familiares. En cuanto los chinos se enteraron, comenzaron una persecución a muerte tras él y una feroz represalia contra el pueblo alzado, que dejó como resultado un elevado número de muertos: miles en el período inmediato posterior al levantamiento, hasta llegar
a 87.000 en el lapso transcurrido entre marzo de 1959 y septiembre de 1960. Los tibetanos manejan la cifra de más de 1.200.000 muertos durante los sesenta años que lleva la ocupación china de su país.
Una semana después de su huida, el Dalai Lama repudió el Acuerdo de los 17 Puntos por haber sido firmado por la delegación tibetana bajo coacción y anunció, además, la formación de un gobierno tibetano inde-pendiente.
Según el líder tibetano, el plan original era entrar en conversaciones con China una vez que estuviera en el sur del Tíbet, cerca de la frontera con India, pero al enterarse de la cruda represión puesta en marcha por los chinos una vez que se enteraron de su escape de Lhasa, tomó la decisión de cruzar la frontera. Se dice que cuando Mao se enteró que el Dalai Lama había alcanzado su objetivo, expresó: “Entonces, nosotros hemos perdido
la batalla” (Dalai Lama, 1990)
Los tibetanos que han escapado de su país a lo largo de estos más de cincuenta años, se han dado a la tarea de mantener viva su rica tradición cultural, en países como India, con el que sin duda comparten muchas características afines, pero también en otros países con culturas y estilos de vida completamente diferentes, como pueden ser los países europeos o los Estados Unidos de América. La cultura tibetana ha tenido que
enfrentar, dentro del Tíbet, el acechante peligro de la dominación china y su intento constante por desvanecerla, y fuera de él, los riesgos de ser absorbida por las culturas de los países que generosamente han recibido a los tibetanos. Luego de estar en otras ciudades de la India, el Dalai Lama y su gobierno se establecieron por fin en Dharamsala, un pueblo situado en los pre-Himalayas, en el norte indio, no muy distante del Tíbet. Dharamsala significa “lugar de refugio para peregrinos”, nombre significativo, si se tiene en cuenta la cantidad de refugiados y viajeros que han llegado hasta allí desde la década de 1960 hasta ahora.
Para atender y educar dentro de la cultura de su pueblo a la enorme cantidad de niños que llegaban a la India, en ocasiones junto con sus padres, pero también con otros familiares e incluso amigos, se creó la Aldea de Niños Tibetanos (TCV, por sus siglas en inglés).
Otro de los puntos cruciales para el desarrollo de la sociedad en el exilio ha sido la democratización de su gobierno. Consciente el Dalai Lama de las falencias que la estructura social del Tíbet tenía antes de la invasión china y de las necesidades de implementar cambios profundos en su sistema de gobierno, fue adoptando medidas orientadas a plasmar en la realidad los cambios adecuados.
La educación laica debe considerarse, sin dudas, como uno de los grandes pasos hacia esa democratización, teniendo en cuenta que durante siglos la única vía para acceder a la educación en el Tíbet era a través de los monasterios y quienes no formaban parte del clero se veían privados de una formación académica adecuada. La implementación de la Asamblea de Diputados Tibetana, con diputados elegidos a través del voto, y con miembros que viven en el exilio pero que representan las distintasregiones del Tíbet, fue otra de las medidas significativas adoptadas.
La elección del Kalon Tripa, Primer Ministro, ya en la década del noventa, recayó dos veces en la persona del profesor Samdhong Rinpoche, y en 2011 fue elegido por voto democrático de todo el exilio tibetano, el Dr.Lobsang Sangay, quien, nacido en un humilde hogar de refugiados tibetanos cercano a Darjeeling, en el noreste de India, llegó a convertirse en el primer tibetano en obtener un título en la prestigiosa universidad
norteamericana de Harvard. En Sangay, el Dalai Lama ha delegado todos sus poderes políticos, lo que ha terminado con siglos de tradición en la cual, el Dalai Lama era al mismo tiempo conductor religioso y político de su pueblo.
La situación en el Tíbet mismo ha permanecido incambiada a través de los años o incluso ha empeorado. Las conversaciones bilaterales que se han mantenido, no solo no han llevado mejoras si no que no han salido de un estancamiento improductivo. Los tibetanos quieren hablar del futuro, quieren dejar el pasado atrás, quieren adquirir un estatus de verdadera autonomía dentro de la República Popular de China y de acuerdo a la Constitución china, pero el régimen chino descree de las intenciones del Dalai Lama y de las autoridades tibetanas del exilio. Los oficiales chinos se han vuelto expertos en intentar ridiculizar o vilipendiar al líder tibetano y/o su entorno, con acusaciones que solo ellos creen.
El grado de falta de libertad y ausencia de derechos fundamentales, se ha vuelto tan dramático después de los levantamientos de 2008, que en este último año, 25 tibetanos, en su mayoría monjes y monjas han cometido actos de auto-inmolación para llamar la atención de la comunidad internacional sobre el sufrimiento de su pueblo.
La intromisión del Estado chino en asuntos religiosos se ha vuelto insoportable: los monasterios están plagados de fuerzas armadas; los monjes deben asistir a absurdas y prepotentes clases de “reeducación patriótica” donde los monjes deben denunciar a su líder natural y mostrar fidelidad a un Estado que los ha oprimido durante décadas. Y además el estado comunista y ateo, se ha convertido en maestro en teología, dictando
normas e impidiendo prácticas y en especial consintiéndose el derecho de decidir qué altos lamas pueden reencarnar y quienes no. Hasta un pequeño niño sabe, que esta última medida tiene como único fin, tener injerencia en la próxima selección del propio Dalai Lama.
Ante ello, el lúcido líder tibetano ha hecho una firme declaración: la única persona en condiciones de determinar quién será el futuro Dalai Lama, es él mismo. Y contra esa capacidad espiritual, todo el poderío de China es intrascendente.-